ZEPPELIN ROCK: Terrence Malick - El árbol de la vida (The Tree of Life): crítica

miércoles, 14 de marzo de 2012

Terrence Malick - El árbol de la vida (The Tree of Life): crítica


He salido contento y, a la vez, algo contrariado después de ver esta película. Antes de nada, tengo que reconocer que suelo ser bastante generoso a la hora de calificar un producto artístico. A no ser que una película (en este caso concreto) me aburra soberanamente o no me aporte nada, es decir, que no suponga un incremento que sumar a mi bagaje (vital, cultura, etc.), suelo pasar sobre ella de puntillas y la abandono enseguida (su recuerdo digo) sin muchos miramientos. Si me digno a comentar o al menos a dar una primera impresión de esta última peli de Malick es porque en este caso ha ocurrido lo contrario.



Terrence Malick comenzó en el cine tanteando en el séptimo arte. Su primera película, Malas tierras, ganó la Concha de Oro en San Sebastián. Si la merecía o no es otro cantar, pero no dejó indiferentes ni a crítica ni a público. Desde luego, a mi parecer es una película más que notable. Algunas constantes en el cine del texano, como la voz en off o la preocupación por la fotografía ya están presentes en este film. De hecho fue la fotografía (Néstor Almendros) lo que más llamó la atención, pues es lo que prima, en Días del cielo, su segunda obra, quizá la más insustancial de su producción. No dejan de ser ambas, películas dirigidas a un público amplio, aunque ya vemos a un Malick que huye de lo más puramente comercial. Ese carácter lírico, “intelectual” y, sobre todo, espiritual que impregnará su producción posterior aun no está sino esbozado en ellas. El argumento, la trama, impera sobre lo emocional, sobre lo filosófico también.


El gran salto a mi entender se produce en La delgada línea roja, un film pretencioso en el que esa liricidad, o esa voz en off introspectiva andan en busca de una conclusión espiritual. Quizá sea este su mejor film. Para mí lo es, desde luego. Es ahí donde se plantea ya el problema de esos dos mundos enfrentados: el real, el de la modernidad en busca del poder, la riqueza, el mérito, y el de la bondad inherente al ser humano, socavada por todo lo que ha entrañado en devenir social del hombre, cuando comenzó a "hacer historia". Aumentan las imágenes en que la naturaleza y la bondad del ser humano, representado por el “buen salvaje”, se imponen a ese constructo quizá artificial que representa el hombre moderno. Los silencios comienzan a tener voz propia. El estatismo de la meditación, de la introspección imponen el rumbo de la película; el monólogo interior comienza a presentar ese diálogo con uno mismo lleno de conflictos, existenciales si se quiere, aunque más bien creo que convendría llamarlos espirituales. Un producto más que digno, y muy original, dentro de la filmografía bélica al uso. Exquisita, imprescindible.

El cine de Malick comienza a llenarse de profundidad en La delgada línea roja. El autor, en su personal búsqueda de una verdad, comienza a hacerse preguntas: “La crueldad en el mundo, ¿cómo ha nacido? ¿de quién es obra?” ¿Qué, quién, ha permitido que el amor haya sido relegado cada vez más al estante más alto, a la marginalidad? “No hay un mundo después de este donde todo sea perfecto: solo este, este pedazo de tierra”, se dice el protagonista de la película. Es aquí donde la virtud ha de encontrar el terreno donde poder expandirse, donde el amor ha de triunfar sobre el odio creciente en el ser humano.


En ello enfatiza también en El nuevo mundo, una película recomendable a mi entender, que parte de la consabida leyenda de Pocahontas y John Smith, y en la que el mundo “civilizado” europeo (del siglo XVII) se enfrenta al “salvaje”, inocente, del Nuevo Mundo. Ya os imaginaréis cuál es el que sale mejor parado. Voz en off, visiones panteístas, introspección espiritual, son claves tópicas y líricas que definen definitivamente el cine de Malick.


Y llegamos a 2011, después de 6 años (es habitual en Malick), tomamos unas palomitas y nos disponemos a visionar el nuevo largometraje: El árbol de la vida se titula. Ya sabemos de la diversidad de críticas que la peli ha ido recibiendo, dispares, extremas en ambos sentidos. Esto, claro, le añade un aliciente más: el film es polémico, veamos por qué. No hemos llegado al minuto 45 y ya sabemos las razones que llevan a la gente a abandonar los locales de cine. La película es lenta, es lírica, es filosófica, es una película de planos, de secuencias lentificadas, de voces en off algo tristonas o mustias, en la que coger el hilo se hace harto complicado (al menos en primera instancia) y encima incluye un mini-documental sobre el origen del mundo que quizá sea un exceso sin llegar a ser un despropósito.

Por tanto hay que agarrarse bien a las aneas, hay que disponer el cuerpo para ver algo distinto a la mayoría del cine made in Hollywood, y bueno, hay que estar algo avezado en este tipo de productos si uno no quiere llegar a aburrirse o a que el desconcierto se apodere de la integridad de uno. Por eso prevengo ya para que nadie se llame a engaño. Quien esté habituado a ver el cine de Tarkovski (al que tanto debe esta peli), el deBergman, o no siente ganas de bostezas con ese tempo lento del que Kubrick se sirve en 2001, una odisea del espacio, no tendrá problemas en aguantar la proyección de un tirón, sumergirse en ella, adentrarse en sus recovecos, comulgar con lo que se nos presenta de sopetón a unos metros de la cara, ir descubriendo en nuestro interior sentimientos olvidados y rescatarlos.


Hablábamos de búsqueda en el cine de Malick, pero no menos importantes son los encuentros, los hallazgos. El fin último de una búsqueda, al menos si es denodada en el devenir de una trayectoria fílmica como la de Malick, ha de concluir felizmente en determinadas conclusiones. Conclusiones abiertas, porque no deja de ser un film muy simbólico, plagado de ventanas abiertas al intelecto y al alma, y es que ese buceo en la oscuridad impepinablemente dificultoso y de tanteos profundos entraña por fuerza una sumisión a lo poético, en el sentido de búsqueda constante. Esa búsqueda infructuosa que, en cambio, nos va dejando para la historia del arte ejemplos estéticos ejemplares.

El motivo principal del film es la pérdida del hijo, un niño que ha sufrido la rectitud de un padre algo maniático, y la bondad y cariño vehemente de su madre. La visión retrospectiva impone entonces su gobierno y comienza el juego: la introspección de nuevo, la belleza de las imágenes (líricas), el juego con la cámara, la reflexión filosófica sobre el amor y su pérdida (es el gran tema de la película), la plasticidad poemática llena de sensibilidad... Es una película donde la interpretación es fabulosa, donde los gestos y los silencios logran comunicar tanto como las palabras o el desarrollo de la “trama”. No deja de ser un riesgo sin concesiones, pero es que me da que Malick no rueda para venderse al gran público. ¿Consecuencias? Que habrá quien entienda que la película es un truño y un tostón del carallo. El cine pretencioso e intelectual(oide) es lo que tiene. No deja de ser un reto, si es que uno está dispuesto a aceptarlo. Yo, sin ser nadie (o solo por eso), salgo más completo después de haberla visto.

Si os gusta, por ejemplo, Sacrificio, de Tarkovski (aunque el discurso filosófico en Malick actúa de una manera más velada), te gustará la película. Depende de cómo seas tú, o de cómo creas que hay que encarar el arte cinematográfico, o de lo que le pidas a una película por la que incluso pagues, así te gustará la peli más o menos. No hay más. Tú decides.

NOTA: 8’5

Ángel Carrasco Sotos

2 comentarios:

  1. Ya sabes las controvertidas y variables críticas que tuvo, sobre todo por la parte documental que muchos entendieron como prescindible, y hasta quizá lo sea, jaja. En fin, hay que verla.
    Abrazos, chaval.

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  2. Película inolvidable!!! Me puso en paz conmigo mismo... Un saludo!

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